1/08/2008

Nos siguen pegando abajo

Roberto León González Alexandre, Sol de Tampico, 6 de enero 2008

¿Quién se sienta en una laguna todo el sagrado día para hacer una manifestación en contra de la expropiación del mangle de un predio público?

¿Quién tiende lonas inútiles, despliega diminutas tiendas de campaña y colchas que quieren ser sleeping bag en un terreno arenoso de una laguna cualquiera?
¿Quién, además, arma y hace teoría sobre teatro callejero, manifestándose a través del arte para denunciar la hipocresía y la visión siempre alegre y geriátrica de una generación proclive a la estulticia y a la pesadilla del air condition de la América del norte, que hace ya muchos años denunciara Henry Miller?

¡Los jóvenes, claro! Ese pequeño ejército que siempre nos ha dado las mejores y más profundas lecciones de rebeldía, de dignidad y decoro!
¿Quiénes se montan en su soberbia infinita? ¿Quiénes trazan la ciudad y la dividen y la recortan para su propio antojo y beneficio? ¿Quiénes son los que se pelean por, “ciérrame aquí esta calle porque quiero hacer un mall”? “¡No –se responden– porque ese negocio ya lo tengo visto yo!” ¿Quiénes son ellos?

¡Los poderes de facto, claro! Esos pequeños truhanes: políticos y políticas, hombres de dinero y empresas. Todo un bestiario.
¡Un mall en plena laguna! ¿Sabe usted qué es eso? La nueva religión, la nueva iglesia social donde se exhibe el fundamento económico de la democracia en vitrina.
En un mall , todos vemos el oro, el jade, la plata y la bisutería, pocos podemos adquirir las ofertas, cuando las hay; regularmente sólo miramos cómo es que los pocos compran.
Un mall es un oasis instalado en pleno desierto. Una visión engañosa y fugaz. Terreno apto para camellos, animales que como sabe cualquiera, logran sobrevivir con un poco de agua en el gaznate mientras cruzan el Sahara.

Un mall es la imagen más pequeña y ridícula del sueño de Las Vegas. Una ciudadela de neón erigida para el solaz de la clase media y (a veces) para la alta, quienes finalmente se van de shopping a los Estados Unidos.
Todo queda intocado en un mall. Pasajeros que somos, maniquís vestidos y en exhibición permanente (nombre más indigno no hay). Ajenos que son mis ojos.
¡Un hotel, válgame Dios! ¡Un acuario para especies exóticas! Porque si no, hacia dónde ubican los balcones para que disfruten los turistas. Por qué no mejor un “bestiario” donde quepan los policías que detuvieron a estos muchachos, cuyo único delito ha sido defender el pulmón de su ciudad.

Aquí en Tampico, al parecer, los gobernantes en turno no saben de las manifestaciones de mayo del 68 y sus consecuencias. ¡Hay que refrescárselas, constantemente!
Aquí en la ciudad, los políticos no se enteraron nunca de una revolución, llamada de terciopelo y lo que originó a mediano y largo plazo. ¡Habrá que recordarles eso!
Aquí en el puerto, no saben las autoridades, al parecer, que debemos trabajar para los jóvenes, para la ciudadanía, para el pueblo. ¡Tendremos que hacérselos saber de algún modo! ¡De alguna manera habrá que reclamar!

Las autoridades oficiales hacen como que no saben del tema… Los políticos cruzan apuestas como no queriendo hacerlas… Los empresarios están y no están de acuerdo. Todos, sin embargo, tienen la vista fija al negocio que pudiera resultar de éste y otros megaproyectos. Para todos hay, pensarán algunos. Sólo los jóvenes no se dejan engañar porque como quiera nunca han sido invitados a la voracidad de este festín.

Los nuevos y viejos ricos se están peleando la ciudad, tramo a tramo. Los viejos y los no muy nuevos políticos no logran ponerse de acuerdo. Uno asesta un zarpazo aquí, el otro un zarpazo allá. El primero expropia para vender; el segundo vende para expropiar. Y el que puede comprar, ya saben quién es… En tanto la ciudad se desdibuja y tiende a desaparecer, todo es propiedad privada en ella. ¡Tampico mall!

Los muchachos no se dejan intimidar por el gobernante en turno, porque saben que ellos seguirán siendo el mañana. Para bien o para mal. Cinco años más y los muchachos van a pintarrajear las paredes de ese mall. Diez años más y van a asaltar ese centro comercial a punta de pistola. Quince años más y van a meter en ese hotel, una madrugada cualquiera, a la nieta más pequeña del más grande político de la ciudad. Le van a hacer ese favor al tipo. Todo ello a menos que atiendan, no sólo a los muchachos, sino a una buena parte de la ciudadanía. ¡Qué le vamos hacer! ¡Ya córrete Beethoven! Dice Charly García.


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