3/18/2008

¿Dónde están los Bombones?

Roberto León González Alexandre.

¡Liberté, ègalité, fraternité y pistô!
¡Tiren todas las cercas de sus
vidas, lo más lejos posible!

Mucho se ha contado sobre el origen de los bombones. La leyenda más antigua y extendida sitúa su aparición en la corte francesa del siglo XVIII, cuando el pastelero real que servía a Luis XIV elaboró como postre para el monarca unas frutas confitadas bañadas en chocolate.

Cuenta la historia que al probar dicho manjar, el llamado "Rey Sol" respondió sorprendido: "Bon, bon…" (Bueno, bueno), para expresar su complacencia. Expresión que inmediatamente se hizo famosa en la corte y dio origen más tarde a la castellanizada palabra, "bombón" para referirse no sólo a las frutas confitadas y bañadas en chocolate sino a todo tipo de golosinas, tuvieran o no, relleno, fueran de chocolate o simple azúcar.

Luis XIV de Borbón o Luis el Grande, rey de Francia y de Navarra, es considerado en la historia como el prototipo de la monarquía ilimitada. Representó en su tiempo al más puro absolutismo político. A este personaje, al que debemos el nombre de los "bombones", se le atribuye también una de las frases más indignas que pudiera proferir gobernante alguno: "¡L`État, c`est moi!" ("¡El Estado, soy yo!"). Parece, entonces, que no hemos avanzado mucho en la construcción de un Estado popular y democrático, donde la libertad, igualdad y fraternidad ciudadana que se clama desde la Revolución Francesa, se concrete.

En 1868 se lanzó al mercado de Inglaterra la primera caja de bombones de la marca Cadbury con un éxito extraordinario. Más tarde en el mercado americano aparecen los populares "Kisses", chocolatitos de la casa Hersey. Una golosina en forma de gota minúscula recubierta de papel plateado. Como para que el brillo de ese beso diminuto, superara su tamaño.

Dicta la alta repostería de clase y la todavía más alta pastelería social, que los bombones (como tanta gente, supongo) deberán ser bellos por fuera y deliciosos por dentro, dado que la apariencia externa de esta golosina es esencial en su aprecio clasista, sin olvidar por ello el más fino detalle: el relleno. El bombón como manjar cuenta con una determinada valoración social y por ende, ideológica y cultural. Es un adorno, un aderezo, un pretexto, un comestible de ocasiones siempre especiales; una justificación para el festejo, para el cumpleaños; un motivo de conquista amorosa, de coqueteo simple, fino y correcto; es el cachondeo más frágil, ridículo, romántico, reverencial y respetuoso hecho realidad.

El bombón, como tal, no es un alimento en toda la extensión de la palabra, no es esencial para la existencia; como sí lo son en cambio las verduras, las frutas o las carnes. Tampoco es, en sentido estricto, una efusión gratificante como el licor, el café o el mismo chocolate. Esta golosina se ha convertido en una confitura adicional de la vida mundana y representa simbólicamente la existencia más banal y parasitaria que pueda tener un ser social. De ahí que a las personas con severos problemas existenciales les venga una compulsión incontrolable por consumir estas confituras.

Las características propias de este exquisito manjar, explicadas con anterioridad, se han extendido por analogía a las personas con ciertas cualidades, a veces por fuera solamente, a veces por dentro nada más; así como a otras que por contraste no lo son, ni por fuera ni por dentro.

La cuestión de fondo a la que quiero llegar es que todo iba bien en la pequeña y más bien ridícula guerra de los bombones aquí en Tampico, cuando de pronto se derrumba una cerca de alambre que nadie, hasta la fecha, ha creído oportuno explicar ¿Qué hacía ahí, quién la levantó, a nombre de quién y por qué, circulando un predio público?

La mayoría de los medios juzgaron editorialmente el hecho, lo calificaron, pues. Y a su manera se preguntaron al aire: ¿Quién fue quien tiró la cerca?... Cuando debieron de preguntarse primero: ¿Quién fue que la levantó, a cuenta de qué y por qué, con qué artimaña o derecho?

Hoy domingo se cumplen 19 días y 500 noches exactas (Sabina) del más cruel atraco policiaco y político. Así, de esa manera, las otras y los otros lo constataron todo ese tiempo en cuerpo y alma. Con mucha mayor crudeza y dignidad los que estuvieron dentro.

Queda en la memoria este ir y venir, esta prisión y esta presión. Este vagar de aquí, allá; del tribunal al juez, del juez a barandillas, de barandillas al reclusorio, y otra vez de vuelta, cual pleonasmo… Las 24 horas para ir volteándose los bolsillos en busca de una moneda para las exorbitantes fianzas de la ley. Encerrada el alma en la fragilidad de un cacahuate. Pagando la fajina y protección para cuatro compañeros. Porque dentro del penal hay otra sociedad, otro poder, otros jerarcas y juristas, otros caciques, otros impuestos (no deducibles) para seguir con vida. Una copia fiel de este otro inframundo que nos espera afuera. Los manifestantes ya vivieron, Ya sintieron el peso de esa ley autoritaria, ya pagaron y dieron pruebas -muchas más que candidatos, diputados, senadores, representantes y voceros de grupos sociales, políticos y movimientos ciudadanos- de que defienden con autenticidad de propósitos y principios los terrenos públicos de esta ciudad.

Y fue entonces que estos manifestantes, ahora expresos políticos, se preguntaron: ¿Dónde están los bombones de esta causa? ¿Dónde están los que se manifiestan en pro o en contra del proyecto lagunario? ¿Dónde los envueltos en papel plata o estaño? ¿Los que defienden no sé qué, pero no rompen su plato? ¿Aquellos que no van más allá de los límites que les marca una mallacorla? ¿Dónde están ésos y quiénes los han parido? ¿En qué penal purgan sus culpas? ¿De dónde sacan las fianzas (y quiénes se las conceden) para andar libres y alegres con la cabeza en alto? ¿Dónde están los bombones? ¿Dónde estuvieron tan culinarias sorpresas de la repostería de este puerto, mientras los otros estaban presos?

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